“En vez de ser consideradas propuestas imprecisas, limitadas por la insuficiencia de conocimiento o el apresuramiento, las opiniones se convierten en expresión irrebatible de la personalidad del sujeto: "esta es mi opinión", "eso será su opinión", como si lo relevante de ellas fuese a quien pertenecen y no en que se fundan.
La antigua y poco elegante frase que suelen decir los tipos duros de algunas películas yankis -"las opiniones son como los culos, cada cual tiene la suya"- cobra vigencia, porque ni de las opiniones ni de los traseros cabe por lo visto discusión alguna ni nadie puede desprenderse ni de unas ni de otro aunque lo quisiera.
A ello se le une la obligación beatifica de "respetar" las opiniones ajenas, que si de verdad se pusiera en práctica paralizaría cualquier desarrollo intelectual o social de la humanidad.
Por no hablar del "derecho a tener su opinión propia", que no es el derecho a pensar por sí mismo y someter a confrontación razonada lo pensado sino el mantener la propia creencia sin que nadie interfiera con molestas objeciones.
Este subjetivismo irracional cala muy pronto en niños y adolescentes, que se acostumbran a suponer que todas las opiniones - es decir, la del maestro que sabe de lo que está hablando y la suya que parte de la ignorancia - valen igual y que es señal de personalidad autónoma no dar el brazo a torcer y ejemplo de tiranía tratar de convencer al otro de su error con argumentos e información adecuada.”
Savater, F. El valor de educar. Ariel, S.A.
Barcelona, abril 2001 pág. 136